
Señor Diablo:
He vuelto de un largo viaje que comenzó hace ya un tiempo en mis entrañas. Decidí sumergirme dentro de mi cuerpo y estuve nadando por unos cuántos días entre los recovecos de mi estructura ósea; mis costillas eran como un laberinto. Descubrí una masa muscular que se contraía y expandía, parecía ser una "caja musical", sin embargo, no pude adivinar para qué servía. Terminé mi corto viaje para salir de mi cuerpo hasta llegar tan lejos como pudiera y aterricé en un lugar que me era conocido... era la vida fuera del limbo. No sé cómo sucedió, me imagino que fue un error de configuración en el limbo o Dios le quiso hacer pasar un mal rato con mi ausencia... no lo sé, sin embargo, no me considero responsable de esta situación porque técnicamente fue un "evento fortuito".
Por un momento estuve en "shock", poco a poco fui teniendo la confianza para ir tentando un terreno que me era completamente ajeno; una combinación de miedo y asombro se adueñaba de mí. Reconocí luces y colores que había olvidado que existían... olores, sonidos, sensaciones... experimenté uno de los paisajes más hermosos que he visto desde que caí en el limbo. Ahora he regresado a esta habitación, donde solemos encontrarnos, para contarle esta historia...
Me encontraba caminando durante horas por la orilla de una playa, recordé el aroma de la brisa marina que acariciaba mi piel, el azul del cielo fundiéndose con el agua, la sensación de la arena entre mis dedos, el resplandor del sol... el calor, el sonido de las olas que chocan entre sí... Estaba redescubriendo un escenario que pasaba desapercibido antes de... antes del encierro en el "interminable gris". El sitio era muy agradable pero el resto de la experiencia no era muy diferente de lo que vivía en el limbo, seguía en total aislamiento, no me emocionaba mucho la idea de andar por mi cuenta, ahora sin usted tomando mi mano izquierda y la muerte a mi derecha.
Seguía caminando, jugaba con las olas hasta que me detuve para reconocer un sonido familiar... una voz que venía de algún rincón cercano. Tomé el camino que me dirigía hacia el origen de aquel eco y me topé con algo muy diferente a lo que conocía en el limbo. Algo me hipnotizaba, y antes de caer en un profundo sueño se grabó en mi mente la imagen de dos lagunas inmensas y profundas que me atrapaban lentamente. No tengo recuerdo de lo sucesivo, sólo desperté en una habitación y lo primero que vi, fue lo último antes de desvanecerme: dos lagunas oscuras; el primer sonido al despertar: la voz. No distinguía de qué era y no reconocía la silueta que tenía frente a mí. No hubo miedo en ese momento, al contrario, la tranquilidad se apoderaba de mí y por primera vez en mucho tiempo hablé... y escuché... ahora pude hacerlo de verdad.
Pasé días dentro de esa habitación en compañía de una silueta desconocida, se escuchaban muchas palabras y se decían otras tantas, sin embargo, otras se desechaban y evadían mi voz para no salir y vulnerarme, éstas jugaban con el silencio que se arrastraba por las paredes hasta envolvernos a mí y aquella sombra que aún no se mostraba. Experimenté algo muy parecido a un cosquilleo en la boca del estómago... SENTÍ... y no recordaba lo que era sentir y esto lo provocaba aquello que permanecía a mi lado. Segundos... horas... días pasaban y se acercaba el momento de volver. No quería abandonar aquel lugar donde pude refugiarme de los demonios, de la rutina y el letargo. Donde me abstraía en conversaciones interminables, sonidos, olores, el tacto... no quería que esto se acabara pero es sabido que todo principio tiene un fin y ésta no era una excepción. Llegó el momento de regresar al limbo y mientras me preparaba para hacerlo, algo se desprendió de mí y se quedó en esa habitación, nunca pude comprender qué abandonó mi cuerpo pero sé que está muy cerca del mar. A cambio de lo que dejé, me llevo recuerdos de todo lo que se vivió desde el momento en que abrí mis ojos, hasta el momento en que me aferraba para no volver... así es, la satisfacción efímera y lo que finaliza, aunque no se quiera, con la cicatriz de una despedida.
Me puse de pie y emprendí mi viaje de retorno, pero me quedó un agradable sabor de boca de ese pequeño "oasis", y es ahora que estoy de regreso en el limbo, cuando dejo de tener un nombre y vuelvo a ser un número: 71683. Comienza la rutina, llego con una caja torácica vacía, olvido lo que es sentir y nuevamente soy un viajero aislado de todo. Ahora sólo estoy en contacto con sus mil demonios que aguardan el momento para despedazarme.
No pude vender mi alma al mejor postor, pero al menos recordé lo que era la tranquilidad.
-71683
1 comentario:
La neta sí se sienten feo las despedidas, más cuando a uno le mueven fibras sensibles -aún más cuando las fibras de uno no suelen ser tan sensibles jeje, como creo que es tu caso-
Pero ps la neta a aceptarlo como los machines... tú eres fuerte para eso i guess
Besitoss te quiero!
Publicar un comentario